La decisión de vender la casa por el divorcio ya estaba tomada.
Llevaban semanas evitando hablar de la vivienda familiar.
– ¿Vendemos ya?
– ¿Y si perdemos dinero?
– ¿Quién se encarga de todo el papeleo del divorcio para la venta de vivienda habitual?
Y sobre todo:
¿Cómo vender una casa en divorcio sin acabar a la gresca y perdiendo una fortuna?
Cuando preguntaban, las respuestas de abogados y amigos se contradecían.
Y el miedo a dar un paso en falso los tenía paralizados.
David y Marta no pensaban en subastas judiciales, ni en la extinción de condominio.
Lo único que querían era vender la vivienda familiar tras el divorcio y que cada uno pudiera seguir su vida en paz.
Pero en cuanto empezaron a tantear el terreno, se toparon con un muro de opiniones irreconciliables, un ruido constante que venía de todas partes.
Desde el abogado de David, enfocado en la rapidez:
—“Lo mejor es vender ya, aunque sea más barato. Quitáos el problema de encima cuanto antes.”
Pasando por la familia de Marta, centrada en el patrimonio:
—“Ni se os ocurra malvender la casa. Es vuestro futuro, tenéis que aguantar hasta sacar el mejor precio.”
E incluso el “consejo” de un amigo que había pasado por lo mismo:
—“Si no os ponéis de acuerdo, denúnciala y que un juez decida. En un divorcio se puede vender la casa por subasta”
Cada opinión, cargada de buena intención, solo echaba más gasolina a su propio conflicto.
Y lo único que sacaban en claro es que cualquier decisión sobre cómo vender su casa por divorcio parecía llevarles directamente a una nueva discusión.
Si preguntas a tu entorno, parece que solo hay dos caminos posibles.
Dos bandos irreconciliables:
El del “cierra rápido y pasa página”: “Vended ya, aunque sea más barato. Lo importante es quitarse el problema de encima.”
Y el del “lucha por lo que es tuyo”: “Ni un euro menos. Es tu patrimonio, aguanta hasta sacar el mejor precio.”
Ambos consejos suenan lógicos.
Y hasta prudentes.
Lo repiten abogados que no han vendido una casa en su vida, amigos que te quieren proteger y foros donde cada uno cuenta su propia guerra con nada de empatía, claro.
Pero David y Marta descubrieron algo agotador: todos los consejos les obligaban a elegir un bando.
El de David contra el de Marta.
La misma batalla.
El mismo guion.
El mismo resultado: uno sentía que ganaba y el otro, que perdía.
Lo que nadie les decía es que existe una diferencia abismal entre un reparto… y una solución.
Y que para vender a buen precio una piso por divorcio o separación, no tienes por qué elegir un bando.
Tienes que crear un plan.
Hartos del ruido, de los consejos y de no llegar a ninguna parte, David y Marta tomaron una decisión.
La que parece más lógica.
“Lo hacemos nosotros y nos quitamos de líos.”
“Para subir cuatro fotos a un portal no necesitamos a nadie.”
“Así nos ahorramos la comisión de la inmobiliaria y sacamos más dinero.”
Para ellos tenía sentido.
Al fin y al cabo, pensaban que quién mejor que ellos para vender su propia casa.
La teoría en sus cabezas era sencilla.
Vender, repartir y cerrar el capítulo.
No podían esperar a que un milagro resolviera su bloqueo.
Ni querían resignarse a que la casa siguiera siendo una fuente de discusiones.
Así que lo hicieron.
Sacaron las fotos con el móvil, escribieron un texto rápido y publicaron el anuncio: «Se vende por divorcio».
Por primera vez en meses, sintieron un alivio real.
Un respiro.
El plan, su plan, por fin, estaba en marcha.
Lo que no sabían entonces es que no habían encontrado la solución.
Solo le habían abierto la puerta de casa al siguiente problema.
El teléfono empezó a sonar el primer día.
Y sintieron un chispazo de victoria.
Un “ves, podíamos nosotros solos”.
Pero la victoria se convirtió en un caos de llamadas a deshora, visitas que había que cuadrar en dos agendas imposibles y discusiones por ver quién se quedaba a enseñar la casa el sábado por la mañana.
Vieron pasar por su salón a curiosos que solo querían cotillear.
A inmobiliarias que se hacían pasar por compradores.
A parejas que confesaban a mitad de la visita que “aún no tenían el ahorro, pero por mirar…”.
Y a expertos en reformas que criticaban cada baldosa como si les fuera la vida en ello.
Cada visita era una invasión.
Un recordatorio de que su hogar ya no era un refugio, sino un escaparate a juicio de desconocidos.
Después de dos semanas y quince visitas que no llevaron a nada, llegó.
La primera oferta.
La única.
No era un salvavidas.
Era un insulto: 40.000 euros por debajo de lo que pedían.
David, agotado y superado por la situación, quería aceptarla solo para acabar con la tortura.
Marta se sintió humillada y traicionada.
La discusión que vino después fue la peor de todas.
Esa noche, en habitaciones separadas, lo vieron claro.
El divorcio había sido un trámite doloroso, sí.
La venta de la vivienda en divorcio se convirtió en una guerra peor que el propio divorcio.
Fue Marta, de madrugada, después de la peor de las discusiones.
No podía dormir.
Y en la barra de búsqueda del móvil, tecleó su duda más profunda, casi una súplica: “estoy divorciada, puedo vender mi casa”.
Entre los resultados llenos de artículos legales y fríos, encontró una de nuestras historias.
No le llamó la atención un dato.
Le llamó la atención la historia de otra pareja.
Por primera vez en semanas, se sintió reflejada.
Entendida.
No nos llamó.
Solo le mandó el enlace a David con un mensaje corto: “Lee esto.”
A la mañana siguiente, fue él quien cogió el teléfono para llamarnos.
Cuando llegué a su casa, no esperaban un plan de venta.
Esperaban otra discusión.
Pero lo primero que hicimos fue escuchar.
A los dos.
Valoramos su situación, la vivienda, y entonces les planteamos la estrategia.
Les explicamos que su caso no era una simple venta, era un divorcio y venta de vivienda habitual, un proceso con implicaciones legales, fiscales y, sobre todo, emocionales.
Entendieron que la clave para la venta de la vivienda familiar tras el divorcio era tener a un mediador que dirigiera toda la operación.
Un filtro profesional que evitara cualquier enfrentamiento directo entre ellos.
Cada llamada, cada visita, cada oferta… pasaría primero por nosotros.
Se acabaron las discusiones.
El plan que pusimos sobre la mesa tenía tres pilares, y solo el primero hablaba del precio:
Una valoración centrada en el potencial de la casa:
Ni la de David, ni la de Marta.
Un informe de mercado real para la venta de la vivienda sin mencionar el divorcio.
Fijamos un precio por encima de mercado e indiscutible con una buena estrategia, llegando a los compradores correctos.
Para acabar con la guerra de cifras.
Un divorcio no es motivo para malvender una casa, aunque la mayoría lo haga así.
No es nuestro estilo.
Lo importante es la casa y su valor, el por qué la vendes es irrelevante.
Una puesta en escena profesional:
Un plan para que la casa no compitiera por ser la más barata, sino por ser la más deseada.
La clave para vender una casa tras una separación con éxito, sin perder tiempo ni dinero.
Un protocolo de comunicación blindado:
Novalinmo como único interlocutor.
Ellos recibirían un resumen semanal, objetivo y sin dramas.
Nunca más tendrían que hablar entre ellos sobre una visita o una negociación.
Por primera vez en meses, se miraron y asintieron a la vez.
No porque estuvieran de acuerdo en el precio.
Sino porque, por fin, iban por el camino correcto, con un guía que marcaba la ruta a seguir.
Después del divorcio se puede vender la casa sin guerras, siempre que haya un buen plan y un mediador.
La mañana empezó bien.
Teníamos un comprador serio. Una oferta a punto de caramelo, un 12% por encima del mercado.
Llamé a David y a Marta.
Por primera vez en semanas, sonaban aliviados.
Tres horas después, sonó mi teléfono.
Era Marta.
Su voz era tensa. Cortante.
Nos vimos media hora después.
Puso una hoja de papel sobre la mesa.
Una propuesta de compra firmada por el abogado de un comprador anónimo.
La cifra era un insulto.
Un 15% por debajo del valor de mercado.
«¿De dónde sale esto?», le pregunté.
Me dijo que era un conocido.
Y entonces soltó la bomba. —“No hace falta que se lo digas a David. Quiero valorarla.”
Le expliqué que eso era imposible.
Que nuestra primera regla es la transparencia total.
Ambos debéis saberlo todo.
Siempre.
Pero ella insistía.
Había algo en su mirada, una urgencia que no cuadraba.
Me fui de allí con el dilema en las manos: tenía que convocar una reunión a tres para poner las cartas sobre la mesa.
Esa reunión iba a ser más útil que cualquier terapia.
Convoqué la reunión en la propia vivienda.
El terreno neutral ya no existía.
David llegó tranquilo.
Pensaba que íbamos a celebrar la buena noticia.
Marta llegó tensa.
Sabía lo que venía.
Empecé por nuestra propuesta.
La del 12% por encima del mercado.
David sonrió.
Un gesto de alivio puro.
Marta, no quería aceptarla.
Y entonces, saqué la otra propuesta. La anónima.
—“Ha llegado esto —dije, mirando a Marta—. Y mi obligación es que lo sepáis los dos.”
David se inclinó para leerla. Su sonrisa se desvaneció. —“Un comprador anónimo… ¿Y por qué ofrece tan poco?”
Marta miraba un punto fijo de la pared. Su silencio era una confesión.
David bajó la vista, con la mirada perdida, como si conectara puntos invisibles en su memoria, viendo la reacción de Marta.
Y en voz baja, casi para sí mismo, preguntó.
—“¿No será Mario?”
Se quedó cabizbajo, sin esperar respuesta. —“Siempre le gustó nuestra casa.”
Hizo una pausa larga.
Dolorosa.
—“Llegué a pensar que le gustaba estar aquí por la casa… pero luego ya vi que no era solo la casa lo que quería.”
Levantó la vista, y sus ojos estaban rotos.
—“Quizás se hizo mi amigo para robarme mi vida poco a poco.”
—“Acepta la propuesta que te dé la gana», y dejó firmada las dos propuestas antes de irse por la puerta arrastrando los pies, como si le acabara de pasar por encima un tren de mercancías.
Si la negociación es imposible, cualquiera de los cónyuges puede acudir a la vía judicial para solicitar la «división de la cosa común».
Este proceso suele terminar en una subasta pública de la vivienda, donde se vende por un precio muy inferior al de mercado.
Es la peor opción con diferencia, pero en algunos casos es la única forma de seguir adelante.
Si uno no quiere vender la casa en el divorcio, la situación se bloquea.
La única salida legal si no hay acuerdo es la vía judicial que te contaba en la respuesta anterior.
Antes de llegar a ese punto, es mucho más rentable buscar la mediación de un profesional que demuestre con datos el dinero que ambos estáis perdiendo por el bloqueo.
Si quieres que seamos nosotros, llama ahora al 91 828 79 79.
Sí, es posible vender la casa antes de divorcio, siempre y cuando ambos cónyuges estéis de acuerdo en todos los términos de la venta.
De hecho, hacerlo puede simplificar y agilizar la liquidación de la sociedad de gananciales y evitar que la vivienda se convierta en un punto de conflicto post-sentencia.
Cuando hay que vender un piso con divorcio e hijos, la situación se vuelve más delicada.
Un juez puede atribuir el «uso y disfrute» de la vivienda al progenitor custodio, aunque la propiedad siga siendo de ambos.
La venta es posible, pero requiere una gestión experta para proteger los derechos de todas las partes, especialmente de los menores.
La hipoteca y el divorcio son dos procesos paralelos.
La deuda con el banco sigue siendo de ambos titulares hasta que se cancele.
En la venta de la vivienda familiar tras el divorcio, parte del dinero se destina a liquidar el préstamo pendiente.
Si existen cláusulas de cancelación anticipada, es crucial tenerlas en cuenta para evitar sorpresas de última hora.
Cuando David se fue de la reunión arrastrando los pies, Marta se quedó sentada, en silencio, durante casi diez minutos.
Por primera vez, le vio de verdad.
Vio el daño irreparable.
El hogar que habían construido, a punto de ser comprado por el hombre que habían dejado meterse en medio.
Sintió, según me contó después, como si le hubieran arrancado el corazón del pecho viendo a David arrastrarse por la vida.
Esa misma tarde me llamó.
Su voz era frágil. —“He firmado una de las propuestas. Solo una. La que es irrechazable. La de Mario, rómpela.”
Quería ondear la bandera blanca.
El daño ya estaba hecho, pero no quería ahondar más en la herida.
Pensó, por primera vez en mucho tiempo, en todo lo bueno que habían vivido juntos.
Y eso la hizo reflexionar.
El día de la notaría, el ambiente era extraño.
David no sabía quién iría como la parte compradora.
Se sentó tenso, esperando lo peor.
Pero la firma fue fenomenal.
Era el comprador con el que habíamos negociado nosotros.
El de la oferta del 12% por encima de mercado.
Al salir, mientras me despedía, ocurrió algo que no olvidaré jamás.
Marta hizo como que tropezaba con David.
Él la miró, extrañado. —¿Qué haces?
Ella se dio la vuelta, le dio dos besos, le miró a los ojos y le dijo: —Hola, me llamo Marta.
¿Te apetece ir a tomar una caña? Te invito.
David aceptó, sonriendo como un niño que encuentra un arcoíris en mitad de la tormenta.
Mientras se iban juntos, hablando, me fijé en la acera de enfrente.
Había un tipo que no les quitaba ojo.
Crucé. —¿Mario?
Se giró, y sin decir una palabra, se fue en sentido contrario, como aceptando la derrota.
He escrito este artículo años después de que fuera testigo de esta historia, porque ayer me llamó David.
Quería invitarme a comer.
Me dio la dirección de un chalet en Boadilla del Monte.
Un adosado.
Me dijo que quería venderlo para comprar uno independiente, también en Boadilla.
Cuando llegué a su casa, abracé a David.
Estaba radiante.
Me invitó a pasar.
En el jardín, estaba Marta, jugando con sus dos hijos.
Un tercero venía en camino.
Se reía mientras me decía: —Esto no te lo esperabas, ¿eh?
Tenemos hijos, hipoteca, pero nunca nos vamos a volver a casar.
Por si acaso.
Para nosotros en Novalinmo, vender casas no es solo un negocio.
Es algo muy personal.
Disclaimer: no hacemos terapias de pareja, pero con ese extra que te conseguimos por la venta de tu casa, puedes pagarte la sesiones que quieras.
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